Tuesday, April 03, 2007

Delicias cotidianas

Sobre

Lo cotidiano trae en su vertiginoso ritual de horas azarosas, varias contradicciones y paradojas. He aquí, una de ellas, propuesta por nuestra prolífica amiga L L. ¡Bruja!



Doblé la hoja en tres rectángulos perfectos y antes de confinarle un destino, la dejé descansar del generoso doblez que había soportado. Tomé el sobre que tenía sobre el escritorio y humedecí con mi lengua sus contornos para cerrarlo de forma correcta, a fin de evitar los reproches de la oficina postal.

Llegué al correo y entregué la carta a la señora que estaba del otro lado de la ventanilla. Yo, sonreía. Ella...casualmente, no. Es más, podría asegurar que no recuerdo haber visto un rostro tan apático en mi vida. Según el procedimiento de despacho, el destinatario recibiría todo lo que escribí, corregí y reescribí dentro de las primeras noventa y seis horas.

Pasaron las horas. Los días. Me arrepentí una y mil veces de lo que había hecho. Mentalmente, leí la carta (podría recitarla hoy sin omitir signo de puntuación) y encontré errores. Frases que él podría malinterpretar.

Justifiqué su silencio, su ausencia. Asumí el error. Una y otra vez me culpé por haber enviado ese sobre.

A 94 horas de haberlo enviado, tuve respuesta a tanta incertidumbre. Sonó el timbre. Me ilusioné. Era el cartero. Baje la escalera nerviosa. Me entregó un sobre. Lo recibí ansiosa, casi desesperada. Rompí uno de los bordes y saqué el papel. Comprobé que era un papel conocido, bastante similar al que uso para enviar cartas. Cartas de las que suelo arrepentirme de haberlas escrito. Cartas que recuerdo y podría recitarlas sin omitir signo de puntuación. Cartas con las que justifico silencios y ausencias. Cartas que envío sin nombre y que vuelven al remitente, justo a la hora exacta en que debería haber sido entregada.

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